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La soledad es mala compañera del cerebro

El cerebro del ser humano se ha desarrollado en la evolución para formar parte de grupos sociales. Actualmente tenemos sistemas muy complejos de sociedades a las que nuestro cerebro es capaz de adaptarse gracias a su gran plasticidad.

Tristemente, el aislamiento y la soledad no buscada están convirtiéndose actualmente en problemas para algunos gobiernos. Entre otras, aumenta el riesgo de desarrollar patologías del cerebro y empeorar la salud.

Un órgano hecho para estar con otros

Una de las cosas que más fascina en cómo nuestro cerebro ha llegado a ser lo que es se basa precisamente en la capacidad de nuestra especie para vivir en grupos complejos.

En otros artículos he comentado hasta qué punto la cocción de los alimentos pudo ayudarnos a desarrollar un volumen cerebral espectacular. Esta práctica nos brindó la oportunidad de hacer mejores digestiones, acceder a alimentos más ricos en proteínas y a aprovechar mejor el contenido nutricional de los alimentos. Pero además nos permitió organizar cacerías, recolección de alimentos, crear refugios y tener más posibilidades de generar relaciones afectivas.

Por esa razón, hablar de soledad no es buscada se convierte en una situación completamente anómala y radicalmente contraria a la naturaleza del cerebro humano.

Paradójicamente, con el mayor desarrollo de la hiperconectividad y las redes sociales, las estadísticas indican que un 25% de la población mundial manifiesta que no tienen personas con quien dialogar. Hasta el punto de que el aislamiento social se ha convertido en un problema de salud pública para muchos gobiernos. La soledad se está convirtiendo en una triste epidemia.

Gasto económico

Según los estudios de la Universidad de Stanford, la soledad disminuye en un 31% la esperanza de vida. Es decir, un riesgo mayor que el consumo excesivo de alcohol, la contaminación atmosférica o la obesidad. Cuando se preguntaba a las personas del estudio si eran felices o infelices, de manera continuada las personas que se declaraban felices vivían más tiempo aunque no llevaran una vida con pautas saludables. Todos los participantes coincidían que la felicidad se basaba en poder hablar con otras personas, que alguien te acompañe cuando te encuentras enfermo o que te apoye cuando hay algún problema que resolver.

Actualmente, se considera que la soledad es detonante de enfermedades del cerebro como la demencia o la depresión. También fomenta el riesgo de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y el Parkinson. En un artículo de este blog comenté que visitar a los amigos dos veces en semana reducía el riesgo de Alzheimer en un 12%.

Por otra parte, se calcula que la soledad crónica puesta tan sólo en Reino Unido 6000 libras anuales por persona a los servicios de salud. Es una de las razones por las cuales hay un departamento ministerial en este país delicado únicamente a este problema social.

Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, la sociedad japonesa se ha convertido en el país con más personas solitarias del mundo. Incluso entra la gente joven. Según un semanario nipón existen 4000 muertes en soledad a la semana.

El contacto físico es esencial

Si bien las redes sociales hacen mucho para estar socialmente conectados, el contacto entre personas también tiene que ser físico. Es muy beneficioso poder mirar a los demás a la cara, sentir su olor, su tacto, etc. Estas experiencias sensoriales liberan una gran cantidad de sustancias químicas que utilizan las neuronas para reforzar los lazos afectivos, relajarse, sentir placer e incluso atenuar el dolor.

El cerebro necesita los abrazos

El tacto es uno de los primeros sentidos que desarrollamos desde los primeros instantes de nuestra vida. El tacto a través de la estimulación suave de la piel envía información a distintas regiones del cerebro que se encargan de gestionar no solamente la parte sensorial sino también la parte emotiva. Incluso aquellas que están dedicadas a la toma de decisiones.

Uno de los aspectos que destaca en el Instituto del tacto de la Universidad de Miami es precisamente que la carencia de abrazos y de contacto con los demás reduce la producción de dopamina (motivación, placer, memoria) y serotonina (ánimo y sueño, entre otros). La falta de abrazos podría contribuir a que durmiéramos peor si éstos son escasos.

Ahora que estamos condenados a tener carencia de abrazos por evitar el contacto físico en la crisis del COVID-19 siempre podemos recurrir a las caricias positivas: Una sonrisa, una palabra de afecto o de ánimo, un detalle cariñoso con los demás e incluso abrazos virtuales.

¡Que no nos falten la compañía y el contacto para la salud mental!

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