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Cocinar pescado nos hizo más intelectuales en la evolución

La evolución del cerebro humano a partir de nuestros ancestros los homínidos se produjo a un ritmo vertiginoso. Durante 4 millones de años de evolución, el cerebro de los primeros homínidos pesaba aproximadamente 0,5 kilos, mientras que menos de 1 millón de años después, el volumen cerebral se triplicó hasta alcanzar el peso actual en nuestra especie. ¡Todo un récord de desarrollo evolutivo!

La evolución del cerebro humano a partir de nuestros ancestros los homínidos se produjo a un ritmo vertiginoso. Durante 4 millones de años de evolución, el cerebro de los primeros homínidos pesaba aproximadamente 0,5 kilos, mientras que menos de 1 millón de años después, el volumen cerebral se triplicó hasta alcanzar el peso actual en nuestra especie. ¡Todo un récord de desarrollo evolutivo!

Sorprendentemente, el aumento de volumen de cerebro incrementó las habilidades sociales, la conciencia, la reflexión, la abstracción y la creatividad. La razón principal de esta evolución se atribuye a los cambios en la forma de comer.

Humanizarse cuesta caro.

El cerebro humano representa aproximadamente un 2 % del total del peso del cuerpo, que es entre 10 y 20 veces más que la proporción de cerebro de los grandes mamíferos como la ballena o el elefante. Además, contamos con la corteza cerebral (la materia gris que se encuentra en la parte más exterior y frontal de la cabeza) más grande y desarrollada de todo el reino animal. Esta zona del cerebro fue una de las que más aumentó durante la evolución del ser humano.

Como consecuencia del crecimiento de la corteza cerebral se desarrolló el pensamiento abstracto, la imaginación, la reflexión, la introspección y la apertura al «mundo imaginario». En definitiva, la evolución de la corteza cerebral nos «humanizó», pero costó caro energéticamente.

¿Más cerebro o más músculo? Todo a la vez es metabólicamente inviable.

El cerebro consume mucha energía. Gasta aproximadamente 600 kcal al día, lo que representa un 30 % del total de las kilocalorías diarias de un adulto promedio. La razón principal es que contamos con 85.000 millones de neuronas que son tremendamente activas tanto de día como de noche. Para hacerse una idea, un primate evolutivamente cercano tienen 50.000 millones de neuronas menos. A cambio, con menos neuronas hambrientas se puede costear una musculatura mucho más potente y desarrollada. Un desarrollo muscular como el del primate sería energéticamente inabordable para un ser humano, ya que requeriría estar masticando unas 16 horas al día.

Masticar menos para aumentar la actividad intelectual.

Como comento en mi libro Dale vida a tu cerebro, de RocaEditorial, una de las causas de este espectacular desarrollo cerebral fue el incorporar proteína animal en la dieta. La ingesta de carne, pescado y mariscos pudo permitir aumentar «el presupuesto energético» para la actividad intelectual. Este cambio de dieta no solo implicaba incorporar una mayor cantidad de carga proteica (las proteínas efectúan las funciones del organismo) sino también disminuir la necesidad de vegetales. Así no había que pasar el día masticando para digerir con dificultad fibras, ligninas y celulosas abundantes en raíces y vegetales, a la vez que aumenta la cantidad de kilocalorías disponibles para la actividad intelectual.

De acuerdo con antropólogos como Richard Wrangham y Rachel Carmody de la Universidad de Harvard, el segundo gran salto evolutivo fue gracias al descubrimiento del fuego. Al tomar alimentos pre-digeridos gracias a la cocción, se reducía el tiempo de digestión y el gasto metabólico que supone masticar sin descanso para digerir la alta cantidad de fibra, colágeno y cartílago. De esta manera se acortaba el tamaño del intestino y se incorporaba una flora de bacterias intestinales más rica y variada. Por otra parte, al reducir el tiempo de masticación se podía mejorar la memoria, la capacidad de aprendizaje y la actividad mental.

Comer productos costeros nos civilizó.

El cerebro está formado fundamentalmente de grasa, pero se trata de una grasa funcional que este órgano apenas produce. Una parte significativa de esa grasa se encuentra en forma de ácidos grasos poliinsaturados del tipo omega-3, que son abundantes en los hábitats acuáticos y escasos en medios terrestres. En este sentido, algunos evolucionistas apuntan a que el consumo de pescado, moluscos, tortugas e incluso cocodrilos contribuyó al desarrollo de la capacidad intelectual. Comer alimentos de fuentes marinas permite además incorporar otro elemento esencial para el desarrollo y mantenimiento del cerebro: el yodo.

Muchos investigadores apuntan a que el incremento de alimentos costeros aumentó nuestra inteligencia y las habilidades sociales, creando sociedades más complejas. En la práctica, las primeras grandes civilizaciones de nuestra historia se asentaron al borde de ríos o mares.

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