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Como se comentó en un artículo previo en El HuffPost, los microorganismos del intestino (microbiota) representan un ejército de billones de microorganismos de distintos tipos.
Estos microbios se alimentan a nuestra costa si bien también aportan grandes beneficios para la salud. Se encargan de fabricar numerosos nutrientes que son esenciales para el cerebro y aportan beneficios para reforzar las defensas del organismo, protegiéndonos de la inflamación y de infecciones. Sin una microbiota rica, variada y estable no podríamos sobrevivir saludablemente. Y el cerebro sería uno de los órganos más afectados.
En los últimos años se han hecho hallazgos neurocientíficos sorprendentes que apuntan a la necesidad de mantener un equilibrio en los diferentes tipos de bacterias del intestino para prevenir enfermedades del cerebro de alta incidencia, como son las enfermedades asociadas al envejecimiento (alzhéimer, párkinson) y enfermedades con trastornos anímicos (depresión, trastorno bipolar, esquizofrenia, trastornos del sueño). La lista de patologías asociadas con las tripas sigue aumentando. La microbiota del intestino se puede considerar nuestro tercer cerebro.
Las bacterias del intestino también se alojan en el cerebro
La microbiota intestinal es extremadamente compleja. Se calcula que contamos con al menos 1.000 especies diferentes de microorganismos que conviven en nuestro organismo durante toda nuestra existencia. Nos colonizan desde la etapa fetal, alcanzando perfiles estables hacia los 3 años de edad. Si bien los humanos compartimos perfiles similares de algunos tipos de bacterias, también poseemos una “impronta personal” con patrones microbianos (enterotipos) particulares de unos individuos a otros.
Aunque parezcan distantes, la neurociencia ha incorporado la investigación de estas bacterias al estudio de las patologías del cerebro. Conociendo mejor qué funciones pueden desempeñar para la mente y el intelecto se podrá también actuar de manera más específica para corregir problemas intestinales que indirectamente repercutan en la salud mental.
Hace unas semanas se acortaron más las distancias entre la microbiota y el cerebro cuando tres investigadoras de la Universidad de Alabama (EE UU) comunicaron en un Congreso anual de neurociencia que habían encontrado bacterias intestinales en las células del cerebro.
¿Qué hacéis en la cabeza?
Como ocurre muchas veces con hallazgos sorprendentes, el descubrimiento de bacterias intestinales en neuronas y otras células del cerebro denominadas astrocitos fue un hecho inesperado.
El cerebro se encuentra en un ambiente altamente protegido de invasiones microbianas. La sangre que irriga el cerebro está exquisitamente seleccionada para evitar que microbios (bacterias y virus) potencialmente peligrosos puedan infectarlo y provocar procesos inflamatorios, por lo que encontrar microorganismos en el cerebro sano se considera improbable.
Hace 5 años, las investigadoras de este estudio encontraron por casualidad unas formas alargadas desconocidas en imágenes de microscopía electrónica procedentes de cerebros postmortem de personas sin enfermedades patológicas. La joven estudiante de la investigación (Courtney Walker) se empeñó en averiguar cuál era el origen de esas formas y encontró que ¡se trataba de bacterias del intestino!
¿Microbiota cerebral?
Las investigadoras indican que desconocen cómo han llegado al cerebro esas bacterias pero sí saben que no causan inflamación. Además, se encontraban en cerebros de personas sanas indicativo de su potencial inocuidad.
A continuación pretenden efectuar otras pruebas para ratificar estos hallazgos. De confirmarse, se abrirían las puertas de un nuevo campo de investigación aún por explorar que podría ser revolucionario: la microbiota cerebral.
La mente y las tripas cada vez se asemejan más.