Volver en el tiempo con la mente
La conexión del cuerpo y la mente es tan estrecha que un simple cambio en la actitud corporal puede también modificar el ánimo e incluso nuestra forma de opinar en un contexto determinado.
Este principio es tan trascendental que se aplica también a la longevidad. Cada vez hay más evidencias científicas que indican que los pensamientos pueden forjar en gran medida la longevidad del organismo, tanto en la aceleración como en la ralentización del envejecimiento.
En un experimento efectuado en los años 80 en la Universidad de Harvard (EE.UU.) Se pidió a un grupo de septuagenarios y octogenarios que efectuaran una serie de análisis físicos y cognitivos. Posteriormente, se trasladaron a un retiro durante una semana a un monasterio que había sido ambientado en el estilo de los años 50, incluyendo el mobiliario, la música e incluso las películas que se reproducían. Además, se pidió a los participantes que vivieran y pensaran en el estilo de los años 50, incluyendo su propia biografía y el estilo de vida. El objetivo principal era generar con esta práctica una evocación de asociaciones con aquellos años en los que eran 20 años más jóvenes.
Los resultados indicaron que el 60% de los participantes mostraban mejoría en los análisis físicos y cognitivos efectuados tras esta experiencia, mientras que esta mejoría era de 16 puntos menos en otro grupo utilizado como control. Lo más sorprendente era que mejoraban la agudeza visual, la flexibilidad en las articulaciones y se aliviaban los dolores musculares y artríticos. Aunque este experimento sea únicamente un fenómeno puntual, no deja de ser significativo respecto al hecho de que la mente puede influir en la edad fisiológica.
¿Te sientes menos útil al envejecer?
Esta es la pregunta que la investigadora Becca Levy de la Escuela de Salud Pública de Yale formuló los participantes en un estudio que efectuó a finales de los años 70. Los voluntarios y las involuntarias eran sexagenarios a los que se hizo un seguimiento en su evolución al envejecer según la percepción que tenían de sí mismos. La Dra. Levy se llevó una sorpresa al comprobar que la actitud positiva ante la vida generaba una longevidad de alrededor de 22,6 años mientras que aquellos que consideraban que envejecer era sinónimo de persona inservible a sólo vivió en unos 15 años más. Esta correlación de “más optimismo y más vida” se mantenía con independencia de la situación económica o del contexto social de los participantes.
La Dra. Levy escribió un comentario bastante llamativo sobre los resultados del estudio indicando que “denigrar a las personas de la tercera edad es una forma de acortarles la vida”.
Lo que opinas a los 30 años se refleja a los 70
Algunas investigaciones efectuadas posteriormente confirman que la actitud de las personas con respecto a la idea de envejecer genera un mapa predictivo del riesgo de enfermedades cardiovasculares o neurodegenerativas décadas después.
Se ha comprobado que la perspectiva pesimista de los jóvenes de 30 años sobre la idea de envejecer se refleja 40 años después en un mayor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.
Algo parecido ocurre con el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer. En un estudio efectuado con 4.765 participantes en una supervisión de cuatro años se encontró que las expectativas positivas sobre el envejecimiento reducían el riesgo de padecer Alzheimer y demencia senil posteriormente. Estas evidencias se reflejaban en una menor tendencia a producir placas seniles que son características de esta neuropatología y aparecen abundantes en pacientes de la enfermedad.
La clave es mantener el espíritu joven
Envejecer también depende de cómo se visualice esta etapa de la vida. Si la edad se asocia con debilidad y fragilidad se tendrá más tendencia a ser apático y practicar poco deporte al envejecer, lo que por añadidura genera un aceleramiento del proceso de envejecimiento.
No cabe duda que la fisiología del organismo se acompasa con la forma de pensar. Se sabe que los jóvenes con estereotipos negativos respecto a hacerse mayores tienen tendencia a presentar una presión arterial mayor en respuesta a los retos y a los momentos de tensión. Esta respuesta tiene sentido si se tiene en cuenta que la creencia de ser vulnerables puede desencadenar que la respuesta frente a la adversidad sea mayor que en personas que se consideran autosuficientes y capaces. Esta actitud generará una mayor producción de cortisol (la hormona del estrés) que producida en exceso de manera constante fomenta la inflamación y la pérdida de memoria y atención.
A nivel genético, la actitud mental puede influir en la velocidad de acortamiento de los telómeros. Estas estructuras de los cromosomas mantienen la estabilidad del ADN. Su longitud se acorta con la edad, asociado al envejecimiento. Curiosamente, los pensamientos negativos aceleran el acortamiento de los telómeros y, en consecuencia, las células envejecen más rápidamente que cuando se tienen pensamientos positivos y optimistas respecto al futuro.
¿Cómo generar actitudes “anti-aging”?
Para muchos científicos no cabe la menor duda que la longevidad en el largo plazo viene definida por las creencias sobre la vejez y sus consecuencias.
La tendencia social suele asociar la juventud con las altas capacidades y la vejez con la incapacidad y el deterioro. Para combatir esta mentalidad social predominante se puede empezar por reconducir nuestras percepciones y creencias respecto a lo que pasa cuando nos hacemos viejos. Se puede aprender a eliminar de los pensamientos las creencias fatalistas y apreciar los cambios positivos de la edad y la experiencia para que el cuerpo, la mente y hasta la impronta genética se contagien de esa renovada actitud.
“¡Si sientes que hay algo que te apetece hacer y te inspira… simplemente hazlo! sin mirar la fecha de nacimiento.