La neurocientífica y profesora de Fisiología en la Universidad de La Laguna (ULL) Raquel Marín habla en esta entrevista sobre las consecuencias que puede acarrear a las personas tener una mala alimentación e incluso una mala dieta vegana.
Marín señala que la pobreza influye directamente en la alimentación y pone como ejemplo a Estados Unidos, donde un alto porcentaje de gente pobre sufre obesidad. Resalta que la alimentación tiene una repercusión en el cerebro a todos los niveles y llega a influir a largo plazo en enfermedades como la demencia o el alzhéimer.
Marín además explica por qué tener una mala alimentación influye en el estado de ánimo de las personas y menciona que hay países que han incorporado los probióticos como fórmula para mejorar la salud mental de los ciudadanos.
¿Qué retos afronta la neurociencia en los próximos años?
Uno de los retos que tiene la neurociencia es conseguir cambiar lo que se dicen entre sí las neuronas. Ahora ya sabemos que hay un gran circuito de neuronas que ocupa mil kilómetros y en cada persona este es distinto. Queda por averiguar qué se dicen las neuronas entre ellas para luego poder modificar esa información. Esto podría servir para cambiar las emociones, las tendencias, los problemas más profundos. Es decir, para poder modificar el circuito neuronal contribuyendo al bienestar personal. Otro aspecto que se está empezando a investigar es la comunicación entre las mentes. O sea, sin necesidad de usar el lenguaje, sino que simplemente con técnicas no invasivas una mente se pueda comunicar con varias sin usar ningún tipo de lenguaje. Otro aspecto también es aprender y transferir memoria de forma pasiva, sin necesidad de que se tenga que hacer una actividad intelectual, pues para estudiar necesitas dedicar un tiempo y estar concentrado. Es decir, si se podría transferir información de un cerebro a otro sin ese proceso de aprendizaje.
Usted ha alertado sobre el peligro de tener una dieta vegana mal estructurada ¿Qué problemas puede plantear?
En el veganismo hay que tener en cuenta que, de la misma forma que hay culturas que han sido veganas durante generaciones, como son, por ejemplo, algunas hindúes, esas culturas, metabólicamente hablando, tienen una adaptación a la dieta que viene de muchas generaciones. El cerebro está formado por mucha grasa, una grasa que se necesita para funcionar. El ser humano produce en muy poca cantidad esa grasa. Lo que ocurre es que esa grasa que el cerebro necesita está sobre todo en fuentes marinas. Está sobre todo en pescados grasos que la acumulan de las algas. Si una persona incorpora omega-3 solo a través de semillas de chía, nueces o alubias rojas, ahí solo incorpora uno de los tres ácidos grasos que no producimos, pero le van a faltar los otros dos. Excepto a personas que por generaciones tengan una adaptación genética y metabólica para producir de las plantas sus propios omega-3, al resto nos faltan esas proteínas (enzimas).
Como consecuencia, una persona que sigue una dieta vegana durante mucho tiempo y no tiene en cuenta ese factor puede tener carencias de ácidos grasos. A partir de los 600 días, puedes tener fallos de memoria, encontrarte aturdido, que te cueste concentrarte, una tendencia a estar anímicamente más decaído. En el medio plazo se sabe que la carencia de esas grasas en el cerebro puede ocasionar que tu cerebro envejezca prematuramente. En enfermedades como el alzhéimer o el párkinson suele haber una tendencia a perder ese omega-3-. Entonces estás jugando con una línea roja que es mejor no traspasar.
¿Se puede llegar a tener una dieta equilibrada respetando la filosofía vegana?
Es posible que sí se pueda, aunque teniendo en cuenta que hay que tomar suplementos, sobre todo si eres occidental. Pero hay una cosa que todavía no está totalmente demostrada, pero que es cierta: los microorganismos del intestino, estas bacterias, también necesitan tener un equilibrio. De ese equilibrio se sabe que hay unos perfiles saludables y que para conseguirlos se requiere más una dieta de tipo omnívoro que una enfocada a algo en concreto. En las personas que siguen una dieta vegana, a medio plazo se aprecia que hay un desajuste en esos perfiles. Todavía están en estudio las consecuencias que pueden tener esos desajustes en neuropatologías, porque lo que se sabe desde hace unos años es que los desajustes en microorganismos del intestino son el origen de patologías de muchos tipos, como el autismo, la depresión, la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) o el alzhéimer.
Canarias es la comunidad autónoma con más sobrepeso. ¿Cómo influye una mala alimentación en el cerebro?
Muchísimo, es esencial. La obesidad es uno de los factores de riesgo del alzhéimer, junto a la diabetes. La diabetes tipo 2 está relacionada con una mala alimentación. Ambos son factores de riesgo de enfermedades neurodegenerativas. Hay estudios que demuestran que, cuando miras por resonancia magnética el cerebro de una persona obesa y lo comparas con el de una persona con peso normal, la persona obesa tiene el cerebro de una persona 10 años mayor en la degradación de la sustancia blanca. Es un factor que acelera el envejecimiento cerebral. Claro, si acelera el envejecimiento cerebral, también aumenta el riesgo de sufrir esas enfermedades. La mala alimentación tiene una repercusión directa en la salud mental a todos los niveles. En los niños hay un retraso escolar, muchas veces, o una tendencia al aislamiento, a ser menos sociales y más retraídos.
¿Influye en el estado anímico?
El cerebro es uno de los responsables de cómo nos sentimos con los demás, pero también con nosotros mismos. El ser humano es tremendamente social. De hecho, se considera que una de las formas de tener longevidad es manteniendo una vida social sana. Y eso, evidentemente, tiene que ver con cómo estés tú. La primera interacción social es la de uno consigo mismo. Eso está en la base de la felicidad.
¿Qué propone para combatir el sobrepeso en la infancia y los desajustes alimentarios en la población?
Cambiar el estilo de vida. También es importante la información, porque, aunque paradójicamente tenemos acceso a un sinfín de información (cualquiera puede tener un tsunami de información en segundos), la buena información parece que no se canaliza bien. Es clarísimo que si una familia se preocupa más, aunque lleve más esfuerzo, y cuida la alimentación de sus hijos en el medio plazo esto repercute positivamente. Evitar la bollería industrial, evitar comer platos preparados. Es más rápido y más sencillo, incluso más barato, pero, lamentablemente, lo que te ahorras en el bolsillo a la hora de comer es lo que te gastas luego en fármacos.
¿Cómo influye la crisis económica o el bajo poder adquisitivo en esos comportamientos?
Muchísimo. Vamos a poner un ejemplo triste pero real: el mayor índice de obesidad en Estados Unidos está en la gente pobre. Las verduras frescas, las frutas y la comida más saludable son las que cuestan más dinero. Es mucho más barato ir a un McDonal’d y por cuatro euros llenarte, pero llenarte de basura. Tiene una incidencia directa. La obesidad se suele dar en personas con bajo poder adquisitivo y en la que también tienen menor acceso a la información.
¿Cómo afecta la comida rápida al cerebro?
La considerada comida rápida tiene muchas grasas saturadas; también tiene unas grasas denominadas trans que son grasas que no existían de forma natural porque eran aceites, pero se han modificado para que sean sólidas y de esa manera el producto no se enrancie y dure más tiempo. Pues esas grasas son tóxicas para el cerebro, acaban produciendo inflamación y el deterioro neuronal. Y luego también están los azúcares refinados que se han modificado en la industria para conseguir productos más dulces y atractivos.
Esto tiene una repercusión directa en la salud porque nuestro metabolismo no está adaptado a tener un chute repentino en sangre, porque entonces tienes que hacer trabajar mucho el hígado y digerir una serie de fructosas que no son las naturales y se acaban convirtiendo en grasas. Hay mucha gente que piensa que “tengo colesterol y no como embutido”; sí, pero a lo mejor estás comiendo dulces y el azúcar también acaba en colesterol.
¿De qué manera se pueden combatir las intensas campañas publicitarias relacionadas con alimentos poco sanos?
Es muy difícil combatirlo. Lamentablemente, el seno familiar es el que tiene que actuar de verdugo, seguramente con el apoyo educativo y de los colegios. Hay muchos colegios que miran bastante la nutrición, miran mucho quitar las máquinas expendedoras… Pero es una labor familiar. No queda otra que combatirlo porque, si no consigues ganar toda la guerra, sí lograrás pequeñas batallas. Una vez empiezas a ver que te sientes bien, sobre todo en los adolescentes, que se fijan mucho en su imagen…; si las pautas y el estilo de vida que llevas te hacen sentir bien, los buenos hábitos los acabas adoptando. Esto te lleva prácticamente a una batalla personal.
¿Considera un error no prohibir la venta de bollería y bebidas azucaradas en los centros públicos, por ejemplo en los educativos?
Personalmente, considero que en el siglo XXI la libertad de elección tiene que estar ahí, de la misma manera que todo el mundo tiene la libertad de saber y opinar. Lo que sí es importante es que dentro de esa libertad de elección estemos informados sobre qué elegir. Lo que te da verdadera libertad de elección es el conocimiento. Las máquinas están incluso en Urgencias y en los quirófanos. Eso no quiere decir que sea un ataque a tu salud; el ataque a tu salud viene de si estás todo el día pegado a la máquina y sacas de todo, y eso ya es una elección personal.
¿Qué efectos de tipo psíquico puede producir una mala alimentación?
Uno de los efectos que más llama la atención y se ha estudiado tiene que ver con la depresión. En la depresión hay unos cambios en los organismos del intestino, muchas veces como consecuencia de alimentaciones desequilibradas. Lo que se hace ahora es intentar repoblar con probióticos (bacterias vivas) lo que falta en ese intestino para mejorar el estado anímico del paciente. Ahora mismo hay probióticos en el mercado, por ejemplo en Canadá, que se han incorporado al sistema de salud.
¿… y en relación con trastornos como la anorexia o la bulimia?
Sí, también. Los trastornos como la anorexia o la bulimia, aunque se meten en el mismo paquete, tienen connotaciones distintas, porque en ciertas regiones del cerebro se notan alteraciones. Se producen alteraciones hormonales; por eso afectan en mayor medida a las mujeres, pero también es cierto que a nivel intestinal se producen cambios. Hay una sensación de la imagen de uno mismo que está distorsionada. Esa distorsión es la que te lleva a tener la crisis de anorexia o bulimia. Desde el punto de vista fisiológico, se producen alteraciones en el intestino. Se altera todo aquello que contribuye a tu bienestar; por ejemplo, la creación de serotonina. También se están haciendo estudios con la oxitocina, que es la hormona que producimos cuando tenemos sensaciones de placer. En estas enfermedades seguramente hay un desencadenante inicial. Se ha observado que ciertas zonas del cerebro tienen un comportamiento distinto.
¿Cómo influye la mala alimentación en el desarrollo de la demencia o el alzhéimer?
Uno no puede evitar caer enfermo. Hay un cierto componente genético. Tiene mucho que ver con el estilo de vida, pero no es de un día para otro. En estas enfermedades, los síntomas tempranos, sin que uno se dé cuenta, pueden empezar con 40 años, aunque luego el desencadenante patológico empiece a los 65 o 70 años. Hay una acumulación de factores. Es importante el factor inflamatorio, común en diversas patologías. Se trata de ese pequeño goteo inflamatorio que tienes cuando las células del sistema inmune están en alerta constante y entonces segregan sustancias que son proinflamatorias, una especie de proinflamación leve crónica. Una forma de poderlo inducir es, precisamente, con malas dietas. Es lo que ocurre con las dietas veganas, que tienen mucho omega-6, el que se da conaceites de tierra, y poco omega-3, el proveniente del pescado. En este caso tienes una tendencia a tener procesos proinflamatorios.
¿En qué punto se encuentran las investigaciones sobre el alzhéimer?
Es una de las enfermedades más estudiadas del mundo, en la que más dinero se invierte y en la que más palos de ciego se ha dado hasta ahora. Es una enfermedad que tiene desencadenantes muy localizados, como las placas amiloides. En realidad, no se sabe muy bien cómo llegan hasta ahí y por qué muchas personas las tienen y no enferman y otras sin tenerlas enferman. Y luego hay muchos otros marcadores. Por otra parte, ya están ahí desde que nacemos y no son cosas que nos vengan de fuera como los virus. Ha salido recientemente un artículo en Nature que puede ser el desencadenante curioso de una nueva perspectiva. Parece que con la edad vamos aumentando la cantidad de copias erróneas de esos genes y, al irlas acumulando, producimos en paralelo copias buenas frente a las malas. También hay un estudio de unos investigadores de Italia que apuntan a que la farmacología que se está usando contra el alzhéimer para mejorar la memoria no es la adecuada porque lo primero que ocurre es que afecta al estado anímico. Yo considero que de aquí a diez años estaremos controlando muchas de estas enfermedades. El reto siguiente será cómo devolver la memoria que se ha perdido.
¿Se pueden prevenir ese tipo de enfermedades?
Sí… No se garantiza un resultado al 100%, pero ayuda el ejercicio físico junto a dietas que no sean muy ricas en grasas y contengan las cantidades adecuadas de omega-3 y antioxidantes. Es decir, una dieta tipo mediterránea: rica en legumbres, verduras, frutas, medianamente rica en pescados, pocas carnes y baja en lácteos. Luego, es importante mantener una vida social activa, fundamental en el ser humano. El aislamiento es basura cerebral igual que el estrés.
¿Se valora la investigación científica en la ULL?
La ULL tiene una tradición de investigadores desde hace muchos años, pero todavía no hemos conseguido hacer una distinción clara entre aquellos que son investigadores del ámbito internacional, compiten y hacen una investigación que no solo trae fondos a la universidad y otros que se dedican a un perfil más docente. Son dos patas completamente distintas en las actividades de profesores completamente diferentes, pero se meten en el mismo saco. A una persona que tiene proyectos competitivos a escala internacional se le valora, tanto para lo bueno como para lo malo, de la misma manera que a un profesor con proyectos de innovación educativa.
¿Se aportan los recursos suficientes para que se produzca un desarrollo en la ULL?
No, aunque los presupuestos han aumentado. Muchas veces no es cuestión del presupuesto sino de cómo se gestiona ese presupuesto y cuáles son los objetivos. Ahora se están valorando contratos para nuevos investigadores, lo que considero que es bueno. En la ULL tenemos una media de edad de casi 57 años. Esto quiere decir que hay muchos profesores que están a las puertas de la jubilación y no se renuevan. Un profesor no se forma de un día para otro. Pero a mí me parece que no se está aprovechando del todo la ola de mejoría. Por poner un ejemplo, vino uno de los mejores investigadores en biomedicina y hubo muy poca representación de este colectivo. Hay que aprovechar para darnos a conocer mejor.
¿Se realiza de forma adecuada la divulgación científica?
Bueno, realmente el portal de la universidad es más informativo; por ejemplo, está la revista que ha lanzado Néstor Torrens, Hipótesis. Es una revista que pretende dar una visión distinta de los investigadores, más atractiva para los estudiantes. Me parece que sigue faltando gente divertida que cuente la ciencia. El que cuenta la ciencia no tiene que ser experto en esa ciencia y puede darle un toque humorístico y divertido.
¿Cuáles son los avances más importantes que ha presenciado en la ULL?
El Astrofísico es la punta de lanza. Nos saca imágenes de nuevos planetas, nos saca manchas solares… Lo más espectacular y con mayor impacto mundial lo hace el Instituto de Astrofísica de Canarias.
¿Los ciudadanos valoran la ciencia? ¿Por qué cree que los distintos gobiernos no invierten lo suficiente en I+D+i?
Sí, los ciudadanos la valoramos mucho. Eso son sobre todo cuestiones políticas. Hay países que apuestan por una mayor inversión en I+D+i porque lo que quieren es ser productores de lo que luego otros van a comprar, y hay otros países, como España, donde primero ponen la panadería. El experto en pan forma a otro investigador para que haga un pan maravilloso y, cuando esa persona hace el mejor pan del mundo, lo echa de la panadería. Entonces Alemania se lleva al experto en pan a su país y los españoles le compran el pan a Alemania.
¿Hay machismo en la labor científica?
Sí. Yo nací cuando todavía estaba Franco vivo. Salimos de una época en la que la mujer estaba representada en la universidad, pero no era líder del grupo. Hay muchas de esas personas que todavía están trabajando en la universidad. El que nace lechón nunca muere jirafa. Es muy difícil cambiar esas pautas. Sí que lo he notado, aunque mi doctorado no lo hice en España. Me formé en España, pero luego fui a Canadá y Estados Unidos. Para mí fue un cambio cultural volver a España porque me encontré que, por el mero hecho del género, y no por tener talento o méritos, que es en lo que yo creo al cien por cien, pues yo no creo en la igualdad sino en la meritocracia, vi mermada mi capacidad. También tengo colaboradores fantásticos, hombres y mujeres, pero a los hombres les cuesta que una mujer los dirija.
¿Ha sufrido experiencias con compañeros?
Sí, realmente sí. Desde mis inicios y en la actualidad. No es lo mismo. No tienes las mismas oportunidades, no te ven de la misma manera, y muchas veces el exceso de relajación, cuando eres líder siendo mujer, se entiende mal. Entonces, a veces, aunque me cueste trabajo, tengo que tener el colmillo más afilado. Ello implica un esfuerzo adicional, pero me evita malos entendidos