Se sabe que los niños que sufren abandono, maltrato, o vienen de una familia desestructurada tienen importantes secuelas anímicas. Ahora se sabe que afectan significativamente al desarrollo cerebral.
Estrés infantil y trastornos neuropsicológicos del adulto
Desde hace mucho tiempo sabemos que las malas experiencias vividas como resultado de una infancia difícil por diversas causas (mala alimentación, abusos, pobreza) provocan en la etapa adulta trastornos emocionales, como la depresión y la ansiedad. Si bien las causas más inmediatas podrían explicarse por la malnutrición o por trastornos congénitos, las investigaciones recientes demuestran que existen también alteraciones neurológicas que pueden provocar mayor riesgo de psicopatología en la etapa adulta.
Ahora hay nuevos hallazgos efectuados en ratones a los que se separaron de las madres, y se sometieron a estrés continuado. Estas investigaciones efectuadas en el Weill Cornell Medical College y la Universidad de California han demostrado que estas experiencias estresantes persistentes en los recién nacidos provocan alteraciones crónicas en el circuito de la amígdala y la corteza infralímbica, durante la infancia y desarrollo. La amígdala es una región cerebral que se encarga entre otros de la actividad emocional y la gestión de las emociones, y la corteza infralímbica regula el miedo. Además, los efectos adversos no se revertían al eliminar los episodios de estrés, afectando la regulación de regiones prefrontales. Los autores indican que estos experimentos son similares a los observados en niños huérfanos que incluso cuando abandonan el orfanato mantienen alteraciones conductuales y emocionales. Sin embargo, estos efectos podrían ser atenuados cuanto más temprana sea la adopción.
Por otra parte, investigadores de la Universidad de Pittsburgh han encontrado que el alto estrés acumulado afecta en la adolescencia a la corteza prefrontal medial implicada entre otros en la toma de decisiones, planificación de comportamientos complejos y adecuación al entorno social. Tristemente, estos adolescentes (entre 15 y 18 años) tenían posteriormente un alto riesgo de dependencia severa al alcohol.
En definitiva, el estrés continuado en los primeros años de vida puede conllevar alteraciones irreversibles en los circuitos cerebrales y en la capacidad de regulación emocional, además de aumentar el riesgo de psicopatologías.
El amor materno es un antídoto neuroprotector
Sin embargo, muchos de las situaciones adversas derivadas de una infancia en situaciones difíciles parece mitigarse cuando los pequeños cuentan con el cuidado y afecto materno. Incluso este cuidado materno puede ejercer un efecto protector de las neuronas.
Por una parte, un estudio longitudinal en parejas divorciadas demostró que en niños en edad pre-escolar, una relación afectiva saludable entre el niño/a y su madre promovía una regulación biológica eficiente en su etapa adulta, con una mejor gestión del estrés.
Otra investigación efectuada en madres que sufrieron depresión tras el nacimiento del bebé se asoció con un menor desarrollo de la corteza prefrontal medial como respuesta anticipativa a una pérdida de la recompensa. En la etapa pre-adolescente también se observaba un menor desarrollo del núcleo caudado, también implicado en el aprendizaje y la memoria. Los autores concluyen que experimentar cuidado y afecto por parte de la madre debe ser un factor protector de la función de recompensa en los infantes expuestos a la depresión de sus madres.
El cerebro cambia de morfología tras el embarazo
No solamente el perfecto desarrollo del cerebro del recién nacido depende del apego materno, sino que además el cerebro de la madre también se modifica morfológicamente durante el embarazo.
Una investigación reciente llevada a cabo por investigadores españoles, concretamente en la Universidad Autónoma de Barcelona y el Instituto de Investigación de Hospital del Mar con la participación del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI), así lo ha demostrado. Estos investigadores llevaron a cabo un estudio prospectivo de madres y padres primerizos frente a grupos control que no eran padres. Cuando midieron la materia gris de las madres embarazadas por técnicas de Resonancia Magnética observaron que había cambios sustanciales en la estructura cerebral, concretamente en la materia gris relacionada con las aptitudes sociales.
Estos cambios estaban relacionados con el apego y afecto, sugiriendo que se trataría de un cambio adaptativo que serviría a la madre para la transición a su papel en la maternidad. Además, los cambios morfológicos se mantenían incluso dos años después de haber dado a luz.
Como comentan dos de las investigadoras de este estudio, Susanna Carmona y Erika Barba-Müller, “el cerebro se reestructuraría con fines adaptativos, como, por ejemplo para poder reconocer más fácilmente el estado emocional del bebé”.