Los microorganismos que viven en el intestino representan un inmenso ejército más numeroso que las propias células de nuestro cuerpo. Son de tipos distintos pero conviven entre ellos guardando un cierto equilibrio. Sin embargo, cuando se alteran las poblaciones de los microbios aumenta el riesgo de padecer enfermedades como alzhéimer, párkinson, autismo, esquizofrenia, depresión, adicción, ansiedad, estrés crónico, trastornos del sueño y esclerosis múltiple. Para reducir y prevenir estos trastornos se propone la bacterioterapia fecal: devolver el equilibrio al intestino trasplantando los microorganismos fecales de un donante sano. También puedes acceder a este artículo en el Huffington post: https://www.huffingtonpost.es/raquel-marin/la-caca-que-te-hace-inteligente_a_23581055/
Casi 200 gramos de bichos
Los microorganismos intestinales (bacterias, hongos, virus y levaduras) nos acompañan toda la vida. Están ya con nosotros incluso antes de nacer, y aumentan su colonización durante el parto (sobre todo si es parto natural). Durante la lactancia y posteriormente la alimentación variada siguen aumentando en número y tipos distintos, hasta alcanzar un equilibrio estable durante la infancia y la adolescencia. Los microbios nunca nos abandonan a lo largo de nuestra existencia, manteniendo un equilibrio entre ellos según el tipo de alimentación y estilo de vida. Se calcula que por sí solos pueden llegar a pesar cerca de 200 gramos, lo cual es enorme para organismos que solo se ven al microscopio de muchos aumentos.
No solamente se dedican a alimentarse de lo que les proporcionamos en el alimento, sino que producen sustancias que aportan beneficios para las defensas del organismo y para el cerebro. De hecho, algunos de los productos exclusivos de síntesis de las bacterias intestinales son imprescindibles para la salud cerebral. Por ende, algunos neurocientíficos denominan a este ejército bacteriano “el tercer cerebro” del que depende el cerebro principal.
Dime cómo está tu caca y te diré cómo va la cabeza
Una de las primeras sorpresas en la neurociencia sobre la conexión de la microbiota intestinal y el cerebro surgió cuando se investigaban ratones estériles jóvenes carentes de microorganismos. Estos ratones tenían un comportamiento anormal, mostraban menos conciencia del peligro y eran más olvidadizos. Sin embargo, cuando se colonizaba el intestino de estos ratones con bacterias intestinales pasaban a comportarse como ratones normales. Desde ese momento, la proliferación de demostraciones sobre la importancia de los microbios en la mente ha aumentado vertiginosamente. Las investigaciones de la última década sobre todo efectuadas en animales de experimentación han puesto de manifiesto que la falta de microorganismos intestinales o los desequilibrios en los tipos (disbiosis) generan patologías del cerebro. Más aún, si se reproduce la disbiosis intestinal en un ser sano inoculando heces de otro enfermo se acaba reproduciendo el problema mental que el primero experimentaba. Uno de los estudios más llamativos en este sentido se efectuó en 2016, en el que se trasplantaron los microorganismos de las heces de personas con depresión severa a ratas experimentales libres de gérmenes. Tras la inoculación, las ratas desarrollaban los síntomas de ansiedad y anhedonia (apatía, pérdida de interés y satisfacción) de los donantes.
Una novedosa estrategia terapéutica que se propone actualmente es el trasplante de microbiota fecal
En otra investigación del mismo año, se observó que algo parecido ocurría en ratones a los que se trasplantaban los microorganismos fecales de personas con párkinson. Los ratones empeoraban su condición física y reproducían algunos aspectos de esta enfermedad. Sin llegar a establecer un dogma general, éstas y otras numerosas observaciones experimentales apuntan a que las alteraciones en los microorganismos intestinales humanos representan un factor de riesgo para padecer diversas enfermedades neuropsiquiátricas.
¿Cuáles son los buenos y los malos?
Si la disbiosis intestinal puede ser la causante de males cerebrales, corregir el desequilibrio podría por consiguiente reducir el riesgo de la neuropatología. Sin embargo, la ingente cantidad y variedad de microorganismos intestinales que representan cientos de billones de variedades distintas requeriría dar con una clave que es aún irrealizable en el momento actual. ¡Mucho peor que buscar un tornillo en la Luna! Una novedosa estrategia terapéutica que se propone actualmente es el trasplante de microbiota fecal. Es una técnica que utiliza la materia fecal de un donante sano para inocularlo en el tracto intestinal de una persona con una enfermedad del sistema nervioso y restaurar así el equilibrio de la microbiota del paciente. Aunque preliminares, se han obtenido resultados esperanzadores en algunos casos de pacientes con párkinson, esclerosis múltiple, alzhéimer y autismo. Otras alternativas utilizadas son el tratamiento con probióticos (bacterias vivas ricas en alimentos fermentados). Sin embargo, aún queda mucho por hacer y saber por lo que es siempre conveniente mantener equilibrados los bichos intestinales que nos habitan.
Prevenir la disbiosis intestinal
Los factores desencadenantes de desajustes en la microbiota intestinal son variados. Hay que considerar que aunque las personas comparten una parte estable de perfiles microbianos similares, existen también características intrínsecas según cada tipo de intestino, como si de los grupos sanguíneos se tratara. Los datos científicos han constatado que las dietas selectivas, el sedentarismo, el estrés crónico, el insomnio, los antibióticos y fármacos, los aditivos alimentarios, el tabaco, los contaminantes ambientales, el uso excesivo de antisépticos y la alimentación baja en fibra (menos de 25 gramos al día desde los 5 años de edad) son desencadenantes de que los perfiles microbianos se alteren. Por consiguiente, conviene recordar que nuestro cuerpo es un inmenso ecosistema plagado de microorganismos. Las decisiones sobre la nutrición, estilo de vida y tratamientos farmacológicos repercuten en la orquesta sinfónica microbiana que nos alberga. Y el cerebro es uno de los más sensibles a los cambios en las sintonías bacterianas que lo acaban enfermando.